Cuando hablamos de eficiencia energética, el aislamiento se lleva casi todo el protagonismo. Es lo más tangible: se puede medir en espesores, lambda, conductividad. Pero lo que muchas veces se pasa por alto es que el aislamiento no funciona bien si la envolvente no es hermética.
Es como instalar una excelente puerta blindada… y dejar las ventanas entreabiertas. ¿De qué sirve? Si no cierras bien todo el perímetro, el esfuerzo y la inversión se diluyen. Y eso pasa a diario en muchas obras: buenos materiales mal ejecutados o soluciones incompletas que no cumplen lo que prometen.
En Onhaus, cuando hablamos de confort, no hablamos de promesas de catálogo. Hablamos de comportamiento real, de mediciones, de usuarios que sienten diferencia cuando un espacio está bien sellado.
El aislamiento por sí solo no basta
El aislamiento térmico se encarga de reducir las pérdidas por transmisión (lo que se escapa a través de los materiales). Pero hay otra vía igual de importante: la infiltración del aire, que se cuela por rendijas, juntas mal selladas, encuentros sin continuidad.
Aquí es donde entra en juego la hermeticidad. Sin ella:
- El calor de la vivienda se escapa por donde no debe.
- El aire frío entra en invierno y crea zonas de disconfort.
- La humedad puede condensar en el interior de los cerramientos.
- Se produce un “efecto chimenea” no deseado, que altera la temperatura y los consumos.
Lo vemos muchas veces en edificios que cumplen con los valores U exigidos por normativa, pero que siguen teniendo problemas de temperatura, humedad o ruido. La causa no es el aislamiento, sino cómo se ha integrado dentro del sistema constructivo.
¿Por qué nos afecta tanto una mala hermeticidad?
Porque el cuerpo humano es sensible a variaciones muy pequeñas. Un chorro de aire frío en el tobillo, una pared más fría que otra, un punto donde el calor se va… todo eso genera malestar, aunque la temperatura media de la estancia sea correcta.
Además, la humedad mal gestionada —provocada por infiltraciones— puede traer consecuencias a medio plazo:
- moho en zonas sensibles,
- degradación de materiales por condensación intersticial,
- sensación constante de disconfort térmico,
- e incluso patologías respiratorias si no se actúa a tiempo.
La hermeticidad bien ejecutada es invisible, pero se nota. En Onhaus lo resumimos así:
“Cuando nadie se acuerda del aire, es que todo está funcionando bien.”
¿Cómo garantizas esa continuidad hermética?
Desde la planificación. No hay otra. La hermeticidad no se resuelve con una cinta puesta a última hora. Se proyecta.
Y para ello es clave:
- Elegir membranas adecuadas al tipo de envolvente (interior o exterior).
- Usar cintas compatibles con los soportes (madera, hormigón, placas técnicas…).
- Tener en cuenta el orden de ejecución en obra, para que los elementos queden accesibles.
- Prever los pasos de instalaciones (cables, tubos, etc.) y sus soluciones de sellado.
- Aplicar imprimaciones o adhesivos donde sea necesario, según condiciones climáticas.
En Onhaus no solo te vendemos el sistema completo. Te ayudamos a planificarlo. A revisar si tus detalles constructivos contemplan estos puntos. A resolver ese rincón en obra donde parece que “no pasa nada”… hasta que pasa.
¿Y qué consigues cuando lo haces bien?
Confort real. Consistente.
No solo en invierno o verano, sino todo el año.
Y además:
- Reducción del gasto energético real.
- Eliminación de humedades y corrientes.
- Mejora de la calidad del aire interior.
- Mayor durabilidad del edificio.
Todo eso empieza en el plano, se ejecuta en obra y se nota en el día a día. Y en Onhaus queremos acompañarte en cada una de esas fases. Porque no se trata solo de vender productos. Se trata de ayudarte a construir espacios donde se pueda vivir mejor.