Dra Joana Ortiz, la construcción centrada en las personas

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5 Principios, 5 Preguntas

¿Cómo puede afectar un edificio mal acondicionado a la salud de los habitantes?

Hoy en día pasamos alrededor del 90% del tiempo en edificios, y 2/3 de este tiempo en nuestras viviendas, por lo que si el edificio no es capaz de garantizar unas condiciones ambientales adecuadas, esto tiene una consecuencia directa sobre la salud de las personas. Existen numerosos estudios científicos que demuestran que las personas que viven en condiciones inadecuadas debido a temperaturas frías en invierno, temperaturas elevadas en verano, humedades y hongos, calidad del aire interior, ruido y escasez de luz natural tienen más probabilidad de padecer problemas de salud. En general, las consecuencias están asociadas a enfermedades cardiovasculares, enfermedades respiratorias e incluso un aumento de la mortalidad.

¿Cuáles son los mayores riesgos que corremos dentro de un edificio?

Los estudios existentes demuestran que las viviendas que sufren alguna de las problemáticas citadas no son casos aislados, si no que pueden llegar a representar una fracción importante del stock de viviendas. A nivel Europeo se estima que un 7% de las viviendas no son capaces de mantener unas temperaturas adecuadas en invierno, alcanzando el 18% a nivel estatal y un 25% en verano. Además, alrededor del 15% de las viviendas tienen problemas de humedades, el 10% de hongos y el 22% padecen problemas de ruido.
En relación a la calidad del aire, numerosas ciudades Europeas superan los límites de calidad del aire exterior, lo cual tiene una repercusión directa sobre la calidad del aire interior, además de los propios contaminantes interiores. Por lo tanto, el riesgo de vivir en una vivienda que no es capaz de mantener unas condiciones ambientales adecuadas es relativamente elevado.

Si nos planteamos hacer una rehabilitación en nuestra vivienda y queremos que esta sea saludable, ¿por dónde tenemos que empezar?

La rehabilitación energética es una buena oportunidad para mejorar y garantizar unas condiciones ambientales adecuadas en los edificios. Hay algunos aspectos, como serían la mejora de las condiciones de temperatura tanto en invierno como en verano y los problemas de humedad, que se pueden lograr actuando sobre la envolvente del edificio (aislamiento, mejora de ventanas, reducción de infiltraciones, puentes térmicos…), junto con un diseño apropiado de protecciones solares (especialmente para reducir riesgo de sobrecalentamiento en verano). Los problemas de ruido también se pueden reducir con las medidas aplicadas en la envolvente (aislamiento, mejora de ventanas…).
Los problemas de calidad del aire interior no solo dependen del nivel de renovación de aire, sino también de la calidad del aire exterior. Por lo tanto, según donde esté localizado el edificio, un sistema u otro será el más conveniente (ventilación mecánica o natural). Por último, la mejora de la iluminación natural es más compleja ya que está muy ligada al diseño arquitectónico y a su entorno y no siempre es posible actuar sobre él.

Estamos en el momento que empezamos a medir todo, nuestros consumos, nuestras necesidades… ¿Cómo un usuario de edificio final puede medir la calidad de su vivienda desde el punto de vista saludable?

Por un lado, y probablemente lo más sencillo, es monitorizar las temperaturas del edificio y comprobar que se mantiene en un rango confortable durante las horas en que el edificio está ocupado. Es interesante monitorizar no solo la zona o habitación donde se encuentra el termostato, sino las zonas más críticas (orientación norte, las más soleadas…) para detectar posibles situaciones de disconfort.
En relación a la calidad del aire, el parámetro típico que se evalúa es la concentración de CO2 en el aire. Sin embargo, el CO2 no es una sustancia perjudicial para la salud de las personas. Simplemente es un indicativo de si hay gente en el edificio y si el ambiente está cargado, pero la exposición a niveles elevados de CO2 no será el causante de las enfermedades respiratorias. Se están intentando introducir otros parámetros, pero lamentablemente no existe un consenso sobre cuál debería ser el parámetro a medir para evaluar la calidad del aire interior, ya que los contaminantes interiores/exteriores son extensos y varían de un edificio a otro (algunos de los contaminantes principales interiores y exteriores son: material particulado (PM), NO2, SO2, CO, O3, benceno, formaldehido, naftalina, hidrocarburos aromáticos policíclicos, radón…).

Ahora mismo desde la parte de la administración, cómo hace frente a estos planteamientos y cómo debería de hacerlo.

En los últimos años, a raíz de las directivas europeas se ha puesto de manifiesto la necesidad de rehabilitar energéticamente los edificios existentes. Sin embargo, la motivación principal es reducir el consumo energético y no tanto mejorar las condiciones ambientales, y consecuentemente la salud de las personas. Esto hace que los beneficios de la rehabilitación energética se cuantifiquen únicamente en términos energéticos y en el balance económico sólo se incluye el ahorro energético.
Nuestro punto de vista es que desde la administración se debería incluir en la ecuación los beneficios adicionales que conlleva la rehabilitación energética, como sería la mejora de la salud de las personas, la actividad económica que genera, la revalorización urbana… De esta manera se podrían diseñar planes de actuación más globales y con una implementación más extensa, ya que el impacto económico no solo repercute en la factura energética de cada familia, sino también a la factura pública sanitaria, de la seguridad social, etc…

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